Héctor Abad Faciolince: “Me salvé de morir de un ataque con misil por sordo”

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) se acababa de recuperar de una cirugía a corazón abierto cuando sus editoras ucranianas le invitaron a acudir a la Feria del Libro del Arsenal, en Kyiv, para presentar la traducción de El olvido que seremos. Rápidamente, aceptó y empezó a preparar el viaje, mientras su familia le rogaba que no visitara un país en guerra, y mucho menos después de su operación.
Su estancia le permitió comprobar los horrores de la invasión rusa, desde la capital hasta la región del Donetsk, cerca del frente. Antes de marcharse, se despidió del equipo de escritores y periodistas que le acompañaron en una pizzería de Kramatorsk. Lo que no podía imaginar es que un misil ruso fuera a caer sobre el local, dejando trece muertos. Una de las víctimas fue la escritora ucraniana Victoria Amélina, con la que compartió vivencias él autor colombiano en esos días que –asegura – “jamás olvidaré”. En Ahora y en la hora (Alfaguara), escribe una crónica de lo sucedido.
Su oído le salvó.
Suena paradójico, pero me salvé por sordo. Mi oído derecho es defectuoso, así que decidí cambiarme de lugar en la mesa en la que estábamos para poder escuchar mejor. Victoria pasó a ocupar mi sitio. Uno nunca piensa que el destino dependa de algo así. Minutos después, a las 19:28 horas, estalló todo.
Un misil ruso con seiscientos kilos de explosivos.
No volveré a ser el mismo. Me toqué el cuerpo porque estaba lleno de una sustancia negra y viscosa. Supuse que estaba herido, aunque no sentía ningún dolor.
No volveré a ser el mismo”
La herida fue su compañera. La poeta Victoria Amélina.
En la base del cráneo por la espalda, a causa de una esquirla del misil. Se quedó pálida. Empezamos a gritarle, pero no reaccionaba. La periodista Catalina Gómez, que nos acompañaba, se subió a la ambulancia con ella, aún sabiendo que, para los invasores rusos, una ambulancia es un blanco perfecto. Luego, se quedó acompañando a su amiga agonizante en Kramatorsk hasta que falleció.
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Además de la escritora, murieron otras doce personas.
Entre ellas dos chicas gemelas de catorce años, Juliya y Anna Aksenchenko. Habían ido a cenar con su padre para celebrar sus buenas calificaciones. Ellas fueron asesinadas y el padre sobrevivió. Lo que me pasa desde entonces con los gemelos es extraño. Cuando estaba terminando de redactar el libro, mi hija me dijo que estaba embarazada de gemelos. Eso me produjo unas sensaciones casi místicas, como de reencarnación.

Héctor Abad Faciolince, con la novela de Victoria Amelina, ante un retrato de la autora fallecida
Ignacio RodríguezEn su libro reconoce que, a veces, se sigue preguntando qué hacían allí.
Celebrar la vida. Era uno de los lugares favoritos de Victoria. Había estado antes con Catalina Gómez y, la última vez que habían visitado juntas Kramatorsk, no supieron encontrarla. De ahí la insistencia hasta que la encontramos y cenamos, y luego todo lo demás.
Más allá de Amélina, el resto de personas que estaban en la terraza junto a ustedes se salvó.
Murieron sepultados los que estaban dentro. La onda expansiva destrozó nuestro coche, que estaba bastante más lejos. Sigo sin explicarme cómo es que seguimos vivos.
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¿Cree en los ángeles de la guarda?
Debíamos tener uno. O tal vez fueran las estampitas de ‘ Aguanta, Ucrania’ que repartió Sergio Jaramillo a los comensales. Se trata de una campaña que él mismo creó para desmentir la desinformación pagada por los propagandistas rusos y que llegaba a Sudamérica.
¿Cómo fueron las semanas y meses posteriores al ataque?
Terribles. No creo que sea algo de lo que uno pueda recuperarse del todo. El que peor lo llevó fue Dima, Dmytro Kovalchuk. Sufrió estrés postraumático y una especie de conmoción cerebral por la explosión. El cerebro queda puntualmente como una maraca. Yo creo que todos nos sentimos un poco así, pero él terminó en rehabilitación. Y a mí, pues me come la culpa. Después de una experiencia límite, uno no sabe de qué, pero se siente culpable.
Después de una experiencia límite, uno no sabe de qué, pero se siente culpable”
¿De estar vivo?
Y de marcharme justo después del ataque. Estaba asustado. Lo hice porque a los rusos les gusta lo que llaman double-tap , tirar un segundo proyectil sobre el mismo lugar para acabar con los socorristas y rematar a los que ya estaban heridos. Fui un cobarde, pero no podía dejar de pensar en mi familia.
Minutos después de que todo ocurriera, llegaba al buzón de su casa, en Madrid, un libro de Amélina traducido al español.
Un hogar para Dom , de Avizor Ediciones. Amélina y yo a menudo no sabíamos qué decirnos. Sospechábamos que era porque no conocíamos lo que había escrito el otro, así que yo le di mi libro traducida al ucraniano, y ella pidió al editor en España, José Manuel Cajigas, que me dejara en el buzón su obra en castellano. Una casualidad escalofriante y, a la vez, bonita. Nos hemos hecho amigos tras su muerte.
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